La forma en la que nos movemos por la ciudad está cambiando. No solo por conciencia ambiental, sino porque cada vez hay más factores —urbanos, económicos, tecnológicos— que nos empujan a hacerlo.
El informe BeConfluence-Facttory de abril de 2025 subraya que la transformación de la movilidad en las ciudades no será viable sin un cambio profundo de hábitos entre los ciudadanos. Y ese cambio, aunque real, está lejos de ser automático.
Nuevas formas de moverse: datos y tendencias
El uso del coche privado ha dejado de ser hegemónico en muchas capitales. En ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona, el porcentaje de desplazamientos en bicicleta o a pie ha crecido más de un 15 % desde 2019, según datos del Observatorio de la Movilidad Metropolitana.
A todo ello, se suma el auge del patinete eléctrico, el car-sharing (compartir y alquilar vehículas), y el transporte público con abonos más asequibles o incluso gratuitos, como en algunos municipios que han activado tarifas cero en franjas horarias concretas.
La pandemia aceleró ciertos cambios (como el teletrabajo), pero el incremento del coste energético y la presión de las políticas urbanas están manteniendo la tendencia. El uso de la bicicleta, por ejemplo, creció un 40 % en ciudades medianas entre 2020 y 2024, según el informe BeConfluence.
Factores que impulsan el cambio de hábitos de movilidad
Los datos muestran que el cambio de hábitos no ocurre por sí solo. Existen cuatro grandes impulsores:
- Regulación: las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) restringen el acceso al coche en áreas centrales, y los nuevos límites de velocidad a 30 km/h han hecho más seguros los desplazamientos activos.
- Infraestructura: se han multiplicado los carriles bici y los aparcamientos seguros, y en algunas ciudades se han habilitado calles de prioridad peatonal o zonas de convivencia.
- Tecnología: plataformas y apps móviles integran transporte público, bici, taxi y patinete en una sola app, facilitando la intermodalidad.
- Motivaciones personales: la salud, el ahorro económico y la conciencia climática están cada vez más presentes en las decisiones cotidianas de movilidad urbana.
Perfiles ciudadanos y barreras al cambio
El cambio no llega igual a todos. Las generaciones más jóvenes y urbanas adoptan más fácilmente nuevas formas de movilidad en las ciudades, mientras que las personas mayores, los habitantes de barrios periféricos o las familias con necesidades específicas siguen dependiendo del coche.
Las principales barreras identificadas en el informe BeConfluence son:
- Falta de infraestructura adecuada: muchas zonas aún carecen de carriles bici seguros o transporte frecuente
- Brecha digital: no todas las personas usan apps para planificar su movilidad por la ciudad
- Percepción de inseguridad: tanto real como subjetiva, especialmente en desplazamientos nocturnos o para personas vulnerables
- Diseño urbano excluyente: si la ciudad sigue centrada en el coche, los cambios individuales se hacen cuesta arriba
El papel de las ciudades como facilitadoras
Algunas ciudades han entendido que facilitar el cambio de hábitos es tan importante como promoverlo. Barcelona y sus supermanzanas, el anillo verde de Vitoria o la apuesta por áreas peatonales en Milán son buenos ejemplos.
Entre las medidas más efectivas se encuentran:
- Incentivos económicos: como los bonos bici, descuentos en transporte público o ayudas para adquirir vehículos eléctricos ligeros.
- Campañas de sensibilización: en medios, colegios y barrios, fomentando los beneficios de caminar o ir en bici.
- Estacionamientos disuasorios y aparcamientos seguros para bicis, como el sistema BiciBox en el área metropolitana de Barcelona.
- Planificación urbana integradora, donde se priorizan los desplazamientos de cercanía y los servicios están al alcance sin necesidad de coche, como el caso de Pontevedra.
Hábitos nuevos, mayor movilidad en las ciudades
Los hábitos de movilidad en las ciudades no cambian por moda ni por imposición, sino porque el entorno lo permite, lo facilita y lo recompensa. Para consolidar ciudades más limpias, seguras y humanas, no basta con prohibir: hay que ofrecer alternativas reales, pensadas para todas las personas. Solo así, la transición hacia una movilidad más sostenible será algo más que una buena intención.