El carril bici se ha hecho sitio en la mayoría de ciudades europeas. Barcelona es el ejemplo perfecto

En 30 años, el carril bici se ha hecho sitio en la mayoría de ciudades europeas. Barcelona es el ejemplo perfecto

Barcelona lleva tres décadas transformando su modelo urbano a través del carril bici: de una ciudad dominada por el coche a contar con más de 200 km de infraestructura ciclista. Un mapa animado muestra cómo esta red ha ido creciendo desde los años 90, y revela una apuesta decidida por la movilidad sostenible, aunque con tareas pendientes.

En las últimas tres décadas, el carril bici ha pasado de ser un elemento secundario (y ya es decir mucho) en las ciudades europeas a convertirse en una pieza clave de la movilidad urbana sostenible. Barcelona, en particular, ofrece una radiografía visual de este cambio que resulta tan impactante como inspiradora.

Un mapa animado compartido recientemente por Luca Liebscht muestra cómo, año a año, se ha ido tejiendo una red ciclista que conecta barrios, zonas periféricas y puntos céntricos de la capital catalana. De las primeras líneas dispersas en los años 90, hemos pasado a una red densa de más de 200 kilómetros que permite recorrer la ciudad de punta a punta en bicicleta.

Transformación urbana y cultura ciclista

Como en otras grandes ciudades europeas, París, por ejemplo, esta evolución no es fruto del azar. A lo largo del tiempo, Barcelona ha apostado por la bicicleta como eje de movilidad cotidiana. Ha trasladado muchos tramos de acera a calzada, ha protegido (aunque no siempre con éxito) los carriles bici frente al tráfico y ha impulsado una cultura de transporte público apoyada en el sistema público de Bicing —ahora también con bicicletas eléctricas—, iniciativas escolares como el Bicibús, e incluso mapas comunitarios para detectar puntos peligrosos o mal diseñados.

El resultado es una ciudad donde ya es habitual ver a personas mayores, jóvenes, profesionales o escolares desplazándose a pedales. Y donde la bicicleta compite —cada vez más— con el coche privado para trayectos cortos o medios.

Barcelona ha logrado una integración razonable entre el transporte público y la bicicleta, especialmente en la red metropolitana. Las infraestructuras como Bicivia y los aparcamientos seguros han mejorado la experiencia intermodal, aunque todavía queda camino por recorrer en algunos municipios del área.

Eso sí, la capital catalana también arrastra ciertas limitaciones. Muchas vías ciclistas siguen siendo líneas pintadas sin separación física, lo que resta seguridad a sus usuarios. Las rondas, el tráfico rodado y la saturación de vehículos siguen condicionando la calidad del aire y el bienestar en la vía pública.

Sigue echándose en falta una apuesta decidida por reducir el espacio que ocupan los coches. No solo para favorecer la bicicleta, sino para construir una ciudad más saludable y humana, como sí ha podido plantear Vitoria-Gasteiz.

Una transición (inacabada)

Barcelona ha pasado en 30 años de tener una movilidad dominada por el coche a ser una de las ciudades con más kilómetros de carril bici del sur de Europa. Aún así, el mapa sigue creciendo y adaptándose, mostrando que esta transición sigue viva y que la transformación urbana es un proceso de largo recorrido.

La bicicleta, en ese sentido, no es solo un medio de transporte, sino también una forma de habitar la ciudad de otro modo. Barcelona, con sus aciertos y sus errores, es un buen ejemplo de lo que sí se puede lograr… y de lo que todavía falta por recorrer.

Por ahora, nos quedamos con el «gif animado», que es el testigo más evidente del cambio.

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